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jueves, 28 de noviembre de 2013

HISTORIAS DEL PABELLÓN. HISTORIA 2.

LA MUJER DE LOS MILAGROS.

Sólo Dios sabía por qué la mujer de los milagros nació con mil corazones. El médico que siguió el embarazo no salía de su asombro en cada visita. Las agujas del aparato que medía el control y registro de los latidos del corazón, se volvían locas cuando se conectaban a la barriga de la madre. El médico dudó, durante un tiempo, en ocultar tal hecho por lo extraordinario del caso o más bien por lo lejos que estaba de su comprensión. Al final, después de consultarlo con algunos de sus colegas, decidió comunicar la noticia a sus padres. Fernando, aduanero en el puerto de Cádiz y, de joven, protagonista de un par de películas de Tarzán; y Manuela, cantaora flamenca retirada desde el nacimiento de su primer hijo. Ninguno de ellos dio, en principio, importancia a tal circunstancia. El devenir de los acontecimientos les hizo cambiar rotundamente de opinión.


El primer corazón que regaló la niña de los Milagros fue a su padre. Éste había tenido un altercado con un capitán general que quiso ridiculizar a un pobre soldado raso en presencia de otros grandes cargos. Fernando estaba tomando una copa en la barra de un bar cuando sucedió aquel sangrante episodio. Fernando nunca soportó las injusticias, así que, al capitán general no le quedó otra que retirarse con los dos cachetes ms colorados que un tomate y los huesos de la nariz fuera de sitio. Pero en aquella época el estamento militar tenía mucha influencia y el padre de la niña de los milagros tuvo que elegir entre ir a la cárcel o marcharse a Rusia para combatir en la División azul. Fue allí, en la batalla de Volkhov, donde una bala le atravesó el pecho. Hubiera muerto, en aquel instante, de no haber guardado el corazón que le confió su hija.

El segundo corazón que regaló la niña de los milagros, años más tarde, fue a su madre. Se lo dio al morir su padre. La niña de los milagros podía regalar corazones pero no hígados. Le concedió a su madre un corazón duro, de los más fuertes que tenía. Un corazón que le diera el coraje suficiente para que nunca faltara en su casa un trozo de pan y le permitiera sacar adelante a sus cinco hermanos.

La niña se fue haciendo mayor regalando corazones allí y acá hasta convertirse en mujer… la mujer de los milagros. Así fue como conoció a su gran amor, Manolo. Un joven flacucho y con bigote que la cortejó hasta aburrirla y no desistió hasta conseguir una cita. A él, le entregó el corazón más sincero y puro de todos los que tenía. Un corazón de esos que nunca deja de latir y que muy pocas personas, sólo aquellas que se juran amor eterno, pueden poseer.

Juntos, Manuel y la mujer de los Milagros crearon una familia, una vida, tres vidas. La mujer de los Milagros les obsequió, a cada uno de ellos, con un corazoncito hilvanado con filigrana de cariño y ternura. Un corazoncito que les otorgara llevar una vida digna, honrada y generosa. Un corazoncito con forma de ángel de la guarda para que les guiara por el buen camino.

La mujer de los Milagros no cesaba en su empeño de regalar corazones. Se convirtió casi en una obsesión. Necesitaba hacerlo para sentirse viva. Regalar corazones es una forma de regalar vida y el flujo de la vida es recíproco. De esa forma, la mujer de los Milagros agració con diversos corazones a numerosas personas que formaron parte de su dadivosa historia: a un par de vecinas que escaseaban en humildad, a una joven suramericana que pretenda rehacer su mundo en España, a una señora mayor que conoció en un hospital y mendigaba una familia, a una hermana viuda y otra separada, a una amiga convaleciente que necesitaba compañía incluso cuando no estaba convaleciente, a una cuñada con cierta habilidad para esquivar a la suerte y a otras muchas que así lo precisaban.

Aún hoy en día, la mujer de los Milagros sigue regalando corazones en algún rincón perdido del universo. Lo hace sin dar la más mínima importancia al hecho de que sólo nació con mil de ellos y el día que se escuche el último latido en su cuerpo, éste no aguantará más. Caerá al suelo agotado y vacío de tanto dar.

Pero, no tengo la más mínima duda, ni tan siquiera quedará la más remota posibilidad. Llegado el instante que alguien, conocido o desconocido, amigo o enemigo, necesite de un corazón, la mujer de los Milagros aparecerá inesperadamente y regalará uno de los suyos, aunque éste sea el último que posea y eso asegure su sueño eterno, su pálpito postrero y el fin de la existencia de la mujer de los corazones llenos de vida.



miércoles, 6 de noviembre de 2013

HISTORIAS DEL PABELLÓN. LA MUJER INVISIBLE.

     Siempre había pasado desapercibida. Clara tenía la sensación de que nadie la escuchaba, de que nadie la veía. Cuando Clara aparecía en algún lugar, esperada o inesperadamente, un amargo silencio era la única respuesta que recibía a sus tímidos saludos. Nunca fue muy popular en la escuela, ni en el Instituto, ni en el trabajo. Casada con un hombre que apenas la valoraba, vivía como una esclava de sus tres hijos, para que en su casa no faltara un detalle. Ahora, a sus 45 años recién cumplidos, tenía que inscribirse en alguna actividad física por prescripción médica. Ella, que no soportaba las multitudes menos aún aguantaba ese dolor de espalda que la consumía.
     Era su primer día de gimnasia en el Pabellón Municipal y Clara estaba un poco nerviosa. Tenía la boca seca y no podía dejar de mirar al suelo. En pocos minutos aquello se convirtió en un hervidero de gente que entraba y salía de los vestuarios, música moderna más bien alta y órdenes del monitor a diestro y siniestro, cual comandante del ejército de tierra. Ella se incorporó cuidadosamente al grupo y ocupó las últimas posiciones de la fila. A mitad de la clase, pensó que el corazón se le saldría por la boca. Se encontraba acelerada y presumiblemente más roja que un tomate pues le ardían las mejillas como nunca. Aún así, terminó su clase sin la más mínima queja. Una vez más, había pasado desapercibida.
     Aquel día, Clara pensó que el mundo se le venía encima. El monitor acababa de comunicar que todos los usuarios debían pasar unos test físicos. Uno por uno, debían realizar diferentes ejercicios y pruebas bajo la atenta mirada del resto de la clase mientras el monitor controlaba tiempos y repeticiones. Clara creyó morirse de vergüenza cuando escuchó su nombre. Allí estaba ella, aterrada, sin tener muy claro si empezar con las pruebas o salir corriendo. Permanecía de pie, cabizbaja, sintiendo que multitud de ojos se le clavaban sin remisión cuando el monitor pronunció la palabra: - Preparada- Ya no tenía escapatoria. Esta vez no podría pasar desapercibida. Aquellos minutos de esfuerzo, saltos y carreras le parecieron eternos.
     Las marcas que obtuvo Clara no fueron las mejores pero la media de sus resultados la situaron entre las cinco primeras de la clase. Recibió la enhorabuena del monitor y sus compañeros la aplaudieron efusivamente. No recordaba cual fue la última vez que alguien la felicitó. Últimamente, tampoco nadie le había reconocido su esfuerzo ni el trabajo bien hecho. Así que, aquella situación le confortó extrañamente pues, al contrario de ruborizarla como en pasadas ocasiones, Clara sintió que se hacía grande. Era como si una nueva y desconocida materia se había añadido a sus pies para hacerla más alta y a su corazón para hacerla más fuerte. Después de aquel día, Clara continuó con su gimnasia diariamente, sin faltar una sola vez. No permitió jamás ninguna exigencia de sus hijos y advirtió a su marido que tenían una conversación pendiente… además, no volvió a sentir ese molesto dolor de espalda ni, por supuesto... a pasar desapercibida.