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viernes, 27 de diciembre de 2013

HISTORIAS DEL PABELLÓN. HISTORIA 3

EL COFRE DE LAS COSAS VALIOSAS
Manuel, el viejo explorador, había dedicado toda su vida a buscar el cofre de las cosas valiosas. Todo comenzó aquel día en la buhardilla de la casa de sus padres. Apenas contaba con doce años y una mochila cargada de sueños a sus espaldas cuando encontró aquello que parecía un mapa. Ocurrió mientras jugaba a los aventureros con sus hermanos. Carlos, el pequeño, tropezó y fue a dar de bruces con el antiguo cuadro de flores que adornaba, desde que todos tenían uso de razón, la misma pared. Entonces, justo en el instante del estallido de cristales, asomó el misterioso trozo de pergamino detrás de la pintura. A partir de esa tarde, algo cambió en la vida de Manuel. Fue una conexión mágica la que aconteció inesperadamente entre aquella enigmática representación gráfica de parajes desconocidos y el joven. Un vínculo que duraría toda una vida. Una obsesión por descifrar el mapa y encontrar el lugar exacto donde se escondía el cofre de las cosas valiosas.
El primer sitio al que le llevó el mapa, una vez tuvo edad para acometer decisiones propias, fue a la selva amazónica. Allí debía encontrar, en la región de los delfines rosados, la flor de los secretos. Una flor de color negro, única en su especie, cuyo perfume tendría que utilizar en la siguiente parte de su travesía. Muchas fueron las peripecias acaecidas durante su estancia en aquel territorio de vegetación exuberante hasta encontrar la flor de los secreteos. Y sin duda, nunca lo hubiera conseguido sin la estimable ayuda de su gran amigo, el indio Panotacano. Aquel indígena bajito y simpático que contrató de guía se convirtió desde entonces en inseparable compañero de aventuras. Con el paso de los años, Panotacano salvó de muchos aprietos a Manuel, le demostró con pequeños detalles que siempre estaba ahí, que podía contar con él para cualquier cosa que necesitase, incluso recibió algunas sencillas lecciones de humildad y cariño. En definitiva, se forjó una de las relaciones humanas más hermosas que jamás se conoció.
El siguiente lugar al que le condujo el mapa fue a las montañas del Himalaya. En la fortaleza de las nieves debía hallar a la gran diosa madre del mundo. Ésta intercambiaría una fabulosa piedra azul por el perfume de la flor de los secretos. Fue allí, durante aquel arriesgado trayecto donde Manuel conoció a la mujer de su vida, Milagros. Una pertinaz escaladora que le salvó la vida. Sucedió cuando Manuel, valiente pero sin experiencia, ascendía por la rocosa arista norte. Un paso en falso y Manuel se quedó agarrado a una cuerda en el borde de un precipicio. Bendita casualidad o curiosidad del destino, que Milagros estuviera allí. Apareció como un hada madrina, envuelta en una luminaria blanca, para agarrar con fuerza su mano y evitar que cayera al vacío. Lo siguiente sobrevino como un fogonazo de emociones, igual que sucede cuando dos almas gemelas se ven por primera vez. Son conscientes de que siempre han estado atadas. Desde ese día, jamás se separarían. No pasó mucho tiempo hasta que decidieron unir sus vidas por toda la eternidad. Se entregaron sin condiciones el uno al otro.
Transcurridos los años, numerosas fueron las andanzas que juntos disfrutaron Manuel y Milagros, la mayoría de las veces en compañía del indio Panotacano. Viajaron por multitud de países y conocieron gran variedad de gentes, siempre llevados por las indicaciones del mapa. Llegaron al Polo Sur, cruzaron el río de aguas bravas más peligroso que existe, contemplaron el atardecer más bello en una de las playas del Caribe, se lanzaron en paracaídas desde un avión en marcha… y otras muchas cosas más. Una pista les conducía a un sitio y después a otro, y a otro y a otro. Manuel y Milagros vivieron feliz e intensamente cada uno de los días de su particular búsqueda pero nunca descubrieron la pista definitiva que les llevara al cofre de las cosas valiosas.
Manuel, había dedicado toda su vida a buscar el cofre de las cosas valiosas, pero no lo había encontrado. El viejo explorador, albergaba cierta decepción. Aquella tarde de abril, mientras llovía perezosamente detrás de los cristales, Manuel acurrucó a su nieta entre sus brazos y se dispuso a contarle una de esas historias que tanto cautivaban a la niña. Una vez terminó el relato, Ana, que así se llamaba su nieta, pronunció unas palabras que casi paralizan de repente el corazón del anciano. - Abuelo, eres como una caja de hermosos recuerdos. Has viajado – continuó la pequeña – por todos los países y tierras olvidados, has conocido innumerables personas de diferente raza y condición, has vivido peligrosas aventuras en busca de ese cofre tan preciado y en todos aquellos instantes, lugares y gentes dejaste huella. También todos ellos te marcaron irremediablemente. Has conocido el amor verdadero, la amistad perpetua, la felicidad soñada, la libertad razonada. Abuelo, creo sin dudarlo, que tú…tú - a Manuel le brillaban los ojos y un escalofrío le recorrió el cuerpo – Abuelo tú eres el cofre de las cosas valiosas. En la lágrima que resbaló por el rostro de Manuel se guardaban todos los recuerdos de su vida. Y en la sonrisa que se esbozaba en sus labios se intuía el alcance de la revelación que momentos antes le había mostrado, después de tanto tiempo, una niña de seis años, su nieta.